Instalación inmersiva
Malla, tela métalica | dimensiones variables
Sonido
El suelo ya no es suelo.
La tela metálica, desplegada y arrugada sobre el espacio, funciona como un dispositivo de inestabilidad, como un simulacro de terreno que nunca se fija. Brillante, pero sin origen natural, se comporta como un paisaje postizo: una cartografía de pliegues que rehúye la categoría de tierra.
Un escenario donde la promesa de firmeza se ha disuelto. La superficie metálica es dura en su aspecto, pero blanda en su consistencia. No representa ningún lugar, pero evoca todos los lugares posibles: la costa erosionada, el cráter, la falla, la superficie lunar. Es, al mismo tiempo, resto y anticipación: un terreno por venir, un terreno ya agotado.
El título insiste: no hay excepción histórica. Ningún tiempo ha sido estable. Lo que varía es la intensidad del pliegue, la velocidad de la convulsión, la capacidad de cada época para sostener la ficción de que existe un suelo común. Todo tiempo es frágil, todo terreno es precario, toda estabilidad es provisional.
El metálico subraya esta condición no humana, casi clínica. No hay aquí naturaleza, ni simulacro de lo orgánico. Hay superficie abstracta, técnica, sin memoria aparente. Y, sin embargo, esa abstracción carga con el peso de lo histórico. El metal arrugado recuerda que lo humano nunca ha habitado en calma, sino siempre en tensión con los pliegues de su propio terreno.
Todos los tiempos son tiempos convulsos no busca describir un lugar, sino producir un umbral de experiencia: caminar sobre la ficción de un suelo, percibir su fragilidad, intuir que toda promesa de estabilidad se sostiene en pliegues, en tensiones irresueltas, en superficies que nunca terminan de asentarse.
Lo que aparece, finalmente, no es un paisaje, ni una metáfora, sino la constatación de que el tiempo mismo se comporta como materia arrugada: imposible de aplanar, imposible de fijar, siempre expuesto a su próxima convulsión.