2018 / 2019

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Warsaw | PL

Tensión fronteriza


Un límite nunca permanece en el lugar donde lo buscamos. Es un intento, un gesto efímero, un pliegue de materia que se desgarra en el mismo momento en que parece fijarse. Aquí, ese gesto adopta la forma de una membrana frágil suspendida en el aire — que se rehace continuamente bajo la presión del aire.

No se trata de separar, sino de la imposibilidad de la separación. Lo metalico no es color: es tecnología de supervivencia, es urgencia. El límite se convierte en prótesis, en artificio temporal, en superficie que anuncia la vulnerabilidad de cualquier territorio, de cualquier cuerpo, de cualquier idea de estabilidad.

La inestabilidad aquí no es error, es condición. El muro ya no puede erigirse como promesa de protección: se pliega, se desplaza, se hunde en su propia fragilidad. La frontera se convierte en escena: en coreografía lenta que insiste en recordarnos que todo habitar es provisional, que todo orden territorial está condenado a oscilar.

¿Y si la frontera no fuera nunca una línea? ¿Y si fuese solo una vibración, un temblor compartido por el aire, por la materia, por los cuerpos que atraviesan sin detenerse? En este espacio, la frontera ya no pertenece a la cartografía ni a la política, sino a la vida misma: un régimen de inestabilidad que no pide permiso, que se instala en la piel del presente como una advertencia.

Los límites se convierten en materia viva, en lo que siempre han sido — superficies movedizas, paisajes temporales, ficciones que tiemblan. 







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