2019

Instalación inmersiva
Globos negros mate de látex natural
Sonido

Joan Martorell Exhibition Space, Valencia | ES
Oh, mira, las bombas estallan como florecen las flores  


No es un paisaje.
La superficie negra se multiplica en un campo y, en perpetuo temblor. Un paisaje de inestabilidad controlada: todo parece suspendido en un equilibrio precario, donde cualquier roce del cuerpo visitante puede activar la amenaza de ruptura. No se trata de explosión literal, sino de la conciencia intensificada de lo frágil. Cada globo contiene una tensión muda, como si la violencia no se exhibiera, sino que se insinuara en el espesor de lo cotidiano.

El campo minado es aquí un jardín: la estética de lo uniforme, lo prolijo, lo repetido, se convierte en una metáfora corrosiva. La flor negra no embellece; advierte. Crece a ras de suelo, sin tallo, sin raíz, sin perfume. Su única condición es la vulnerabilidad. Lo que en apariencia puede parecer lúdico —un mar de globos— se transfigura en un territorio de peligro latente, un espacio donde caminar exige conciencia extrema del propio movimiento. El visitante deviene cuerpo en estado de alerta, rehén de una delicadeza que puede quebrarse en cualquier instante.

Se articula una doble inversión: la violencia bélica que se esconde tras la metáfora botánica y la fragilidad material que sustituye a la contundencia del metal. No hay minas enterradas, sino membranas que contienen solo aire. Pero ese aire, comprimido en su piel finísima, se convierte en detonador de la ansiedad colectiva. El suelo, convertido en dispositivo crítico, obliga a recordar que los territorios más amenazados no siempre se reconocen a primera vista; son aquellos donde la vida camina sobre lo inestable, sobre lo que no puede garantizar continuidad.

El visitante se convierte en partícipe de la tensión: cada paso es negociación, cada desplazamiento una microcoreografía de supervivencia. Campo minado no representa la guerra; la traslada al nivel sensorial, ecológico, perceptivo. Lo que se activa no es el recuerdo histórico de un conflicto, sino la vivencia presente de un terreno en riesgo. El cuerpo, que se mueve lento para no romper, recuerda que toda forma de habitar es siempre tentativa.

Oh, mira, las bombas estallan como florecen las flores no es ironía, es constatación: incluso en lo más devastador puede emerger un gesto de seducción formal, un brillo que enmascara la amenaza. 

El campo minado no pertenece al pasado bélico; es el presente del suelo que pisamos. Un suelo que no garantiza estabilidad, sino susurra que lo habitable está siempre en riesgo.





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