Fotografías
Objeto | tela metálica, hilo
International Contemporary Art Festival
Atacama Desert | CL
Un gesto de ruptura con la gravedad misma. Me fui a Marte no señala un destino geográfico, sino un corte en la continuidad de lo que entendemos como mundo. Marte es el nombre que damos a ese lugar donde la noción de naturaleza se disuelve, donde el cuerpo se despoja de sus hábitos terrestres, donde la memoria del planeta se convierte en residuo.
Abandonar la Tierra no es un gesto heroico ni una fantasía de conquista: es la consecuencia radical de habitar un terreno vuelto imposible. El colapso ecológico no se anuncia como futuro lejano, sino como presente que erosiona la idea de hogar. El suelo envenenado, los mares en fuga, los aires densos —todo ello dibuja un paisaje donde permanecer es ya insostenible. Me fui a Marte nombra entonces la renuncia a ese terreno agotado, la necesidad de imaginar otra geografía, aunque esta se halle más allá de la supervivencia.
Y si hablar de Tierra siempre ha sido hablar de lo habitable, entonces el concepto mismo se desliga del planeta. La Tierra deja de ser un globo azul para convertirse en cualquier espacio donde la vida pueda ensayar su persistencia. Marte, en ese sentido, no es un afuera absoluto: es una nueva definición de lo terrestre. Lo terrestre como condición, no como origen; lo habitable como posibilidad, no como herencia.
No hay Marte sin la Tierra que dejamos atrás. En ese hiato, en esa migración imposible, surge una nueva temporalidad. El tiempo ya no está atado al ciclo de los mares, ni a la respiración de los bosques. Es un tiempo artificial, programado, sostenido por máquinas que no buscan imitar la vida sino prolongar su ausencia. Irse a Marte significa aceptar que la vida tal como la conocíamos se ha vuelto inhabitable —y que lo que resta es ensayo, experimento, simulacro.
La frontera ya no es física: es metabólica. El organismo debe adaptarse a un medio que lo rechaza, y esa fricción se convierte en la verdadera obra. Sobrevivir es un acto estético. Respirar bajo otra atmósfera es reescribir el guion de lo humano. Y, sin embargo, en ese adiós se cuela una nostalgia radical: Marte es también la proyección del vacío que la Tierra ya no puede contener.
Adiós, me fui a Marte: como declaración, es huida; como instalación, es testimonio; como gesto, es pregunta. ¿Qué queda de lo humano cuando lo humano decide abandonar el suelo que lo hizo posible? La respuesta no es certeza, sino inestabilidad: un estado intermedio, un tránsito perpetuo.